*En medio de tantas preocupaciones y de la turbulencia actual vale la pena algo de mayor esparcimiento y de menor solemnidad.

POR Baltazar SÁNCHEZ HUERTA. / Redacción

LÁZARO CÁRDENAS, MICH.-Para los aficionados a los corridos mexicanos, 1915 es una fecha histórica. Fue el año en que los norteamericanos decidieron invadir a México con una expedición punitiva destinada a vengar la incursión de Pancho Villa en territorio norteamericano, cuando, a la cabeza de una guerrilla, asesinó a más de 17 estadounidenses en la población de Columbus (Estado de New México).

El presidente Wilson, indignado con el ataque de las fuerzas irregulares de Villa, le exigió a Carranza, el presidente de México, que el Departamento de Estado acabada de reconocer, que permitiera a las tropas norteamericanas proceder a una persecución en caliente (hot tail), en uso del derecho de legítima defensa, como rezaba el documento de Washington.

En efecto, 12.000 soldados norteamericanos al mando del general Pershing, cruzaron la frontera y comenzó el episodio que es objeto del famoso Corrido de Pancho Villa. Dice así: “En nuestro México febrero 23, dejó Carranza pasar americanos, 2.000 soldados, 200 aeroplanos, buscando a Villa queriéndolo tronar”.

Y prosigue el corrido: “Y comenzaron a mandar expediciones, los aeroplanos comenzaron a volar por distintas y varias direcciones buscando a Villa queriéndolo matar”.

“Los soldados que vinieron desde Texas a Pancho Villa no podían encontrar”.

“Fastidiados de ocho horas de camino los pobrecitos se querían regresar”.

Villa había escogido como pretexto para la masacre de Columbus el tratamiento que los norteamericanos les daban a los indocumentados mexicanos de quienes se decía, por entonces, que no solamente eran privados de sus pertenencias sino quemados vivos. Como los emigrantes lo consideraban un héroe, a quien todo mexicano debía proteger, se trabó entonces una lucha implacable entre sectores de la población mexicana, cómplices de Villa y las tropas norteamericanas que lo perseguían y a las que los propios mexicanos comenzaban a ridiculizar.

Y agrega el corrido: “Los de a caballo no se podían sentar y los de a pie no podían caminar”.

“Entonces Villa les pasa en aeroplano y desde arriba les grita good bye! Se convirtió entonces Villa en un personaje folclórico a quien no solamente protegía la población sino que los juglares y repentistas del norte de México le atribuían en tono picaresco las mayores proezas: Comenzaron a lanzar sus aeroplanos, entonces Villa un buen plan les estudió: se vistió de soldado americano y a sus tropas también las transformó.

Mas cuando vieron los gringos las banderas con muchas barras que Villa les pintó, se bajaron con todo y aeroplanos y Pancho Villa prisioneros los tomó.

Y Pancho Villa por todos los caminos ponía una tumba diciendo: aquí está el valiente, el valiente Pancho Villa.

Por eso nunca lo podían encontrar.

Más no sabían que Villa estaba vivo y que con él nunca iban a poder, pues si querían hacerle una visita hasta la sierra lo tenían que ir a ver.

El sentimiento nacional acuñaba, día tras día, versos que todavía resuenan en toda la frontera con una mezcla de humor y de ira que, en nuestro tiempo, nos hace sonreír: “Qué pensaban los bolillos tan patones: que con cañones nos iban a asustar”.

“Si ellos tienen aviones de a montones, los mexicanos lo mero principal.

Una estrofa que todavía se canta, poniendo el cuenco de la mano a la vista como para sostener un huevo.

Y proseguía el corrido, al cual se le sumaban más y más coplas, con este broche de oro en materia de insolencia: “Qué pensarían esos americanos: que nuestro México era un baile de carquís” Con la cara cubierta de vergüenza se tuvieron que volver a su país.

Pese a que el contingente militar norteamericano se acrecentó con 18.000 hombres a todo lo largo de la frontera, no consiguieron capturar a Villa ni ningún otro de los objetivos que se proponía el Pentágono. La expedición había costado 130 millones de dólares de aquella época y ante la inminencia del proceso electoral en los Estados Unidos, se consiguió llegar a un acuerdo entre los secretarios de Guerra, para ponerle término a la invasión, tras las repetidas protestas del propio Carranza que había accedido, bajo presión y de mala gana a la violación de la soberanía mexicana por las tropas yanquis.

Lo curioso del caso es la manera como enfocan el episodio las diferentes partes. Para los norteamericanos, al estilo Priestley, fue una anécdota militar sin mayores consecuencias políticas, en la que Villa se creció como leyenda y se eclipsó como caudillo. Para los mexicanos, como José Vasconcelos, se considera una humillación a la que se prestó Carranza, invocando viejos tratados sobre la persecución de los indios en las épocas bárbaras de la colonización. Otros, como Martín Luis Guzmán, celebran las astucias de Villa en estas escaramuzas como parte de la imaginativa biografía del caudillo norteño. Otros, entre ellos Roberto Blanco Moheno, en su Crónica de la Revolución Mexicana, condenan a Villa en los más acerbos términos: Eran los primeros días de marzo de 1916. Villa, como siempre perseguido, pero como siempre burlando a sus seguidores, llega a Palomas, un punto cercano de la frontera, minúsculo caserío. Allá, al otro lado de unas alambradas ridículas, está la tierra prohibida. La Tierra del Gringo. Nada significa ya, para él, la palabra México. Está febril de odio, sediento de venganza. Se le queman las manos; y los ojos, enrojecidos, despiden chispas.

Y describe gráficamente el asalto a Columbus con estas palabras que debieron corresponder a la realidad: Villa llora. Es un actor natural que cree, a pie juntillas, en su papel. Grita ahora a sus demonios: Ellos nos queman vivos. Nosotros vamos a asaltar a Columbus. Ya saben, muchachitos: ¡Vamos a desquitarnos a razón de diez por uno! Un enorme alarido de rabia, de odio, de entusiasmo, de locura, le contesta: Sí, a diez, a veinte por uno! Gringos jijos de… Ahí les va Pancho Villa, que es su padre!.

El balance no puede ser más desfavorable en las palabras del cronista: No encuentro aliciente alguno para describir lo que muchos estúpidos llaman La hazaña de Columbus. Es, de todo lo que Villa cometió, contando sus mayores crímenes, sus fechorías feroces de bandolero, el peor acto de su vida.

No existían, entonces, ni la OEA ni la ONU con sus respectivos estatutos, para que los eruditos desplegaran sus conocimientos acerca de la legitimidad de las exigencias norteamericanas.

Documentado en las Bibliografías: The Mexican Nation, a History. Herbert Ingran Priestley. The MacMillan Company, New York, 1924.

Crónica de la Revolución Mexicana, tomo 2. Roberto Blanco Moheno. Libro Mex Editores. México, 1961.

Breve Historia de México. José Vasconcelos. Ediciones Botas, México, 1938.