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Amigas y amigos:

Para conocer el origen y lo que simboliza nuestra bandera es indispensable remontarse a la historia y analizar tanto la cultura como el desarrollo político de México.

En lo cultural, de principio a fin, la herencia indígena, prehispánica, aparece casi en todas las banderas, desde el movimiento de Independencia hasta nuestros días, como lo demuestra el águila del escudo nacional.

El historiador Enrique Florescano sostiene en su libro, en su ensayo sobre La Bandera Mexicana, que “desde los tiempos más remotos en diversas culturas de Mesoamérica se encuentran imágenes que representan la lucha entre el águila y la serpiente”. Y agrega que “cada vez que el ejército mexica se impuso a sus enemigos o que cada vez que un nuevo territorio quedó supeditado al poder de Tenochtitlan, esas victorias fueron señaladas con el estandarte del águila y la serpiente, ondeando triunfal en la cima del templo conquistado.”

Más tarde, tras la invasión española, el 17 de diciembre de 1523, el rey Carlos V impuso como escudo de armas de la Ciudad de México la imagen de leones, puentes y castillos, al estilo castellano. Sin embargo, más temprano que tarde, se fue regresando a la simbología indígena, al águila luchando contra la serpiente y parada en un tunal.

 

Todo esto fue hasta cierto punto aceptado por autoridades coloniales y misioneros religiosos, como se advierte en detalles de fachadas de los nuevos templos construidos en la entonces llamada Nueva España. Solo un virrey, en 1642, alegó que el escudo mexicano era un símbolo de idolatría y ordenó que fuera sustituido por imágenes religiosas.

No obstante, a la postre, siguió prevaleciendo el escudo indígena, el cual termina por reafirmarse con la aparición, en el siglo XVII, de la virgen de Guadalupe, cuyas primeras imágenes la colocan sostenida por un águila posada en un nopal.

Al inicio del movimiento de Independencia, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, padre nuestra patria, no solo utilizó como estandarte la imagen de la virgen de Guadalupe, sino que en su confesión ante el Tribunal de la Inquisición que lo excomulgó sostuvo que en la madrugada del día del Grito de Independencia, el “día 16 de septiembre de 1810, ostentaba en su pecho un águila mexicana peleando contra un león hispano”; José María Morelos y Pavón, también retomó como escudo la imagen de un águila con una serpiente en el pico, parada sobre el nopal que nace de un lago y enmarcada en cuadros blancos y azul celeste.

EL 24 de febrero de 1821, en Iguala, Guerrero, se pactó el empujón definitivo para lograr la Independencia. Las fuerzas de Agustín de Iturbide, antiguo realista, y el movimiento heredero de Hidalgo y de Morelos, encabezado por Vicente Guerrero, adoptaron como bandera la denominada de las Tres Garantías, en la que aparecen por primera vez, en franjas diagonales y sin el águila, los colores blanco, verde y rojo, en ese orden. Según Lucas Alamán, el blanco “simbolizaba la religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de ninguna otra”; el verde representaba la Independencia, bajo la forma de gobierno monárquico moderado, y el rojo destacaba la unión entre americanos y europeos.

 

Pero meses después, el 2 de noviembre de 1821, Iturbide decretó “que la bandera de México fuese con los mismos colores, pero en franjas verticales y el siguiente orden: verde, blanco y rojo; y al centro el águila, de perfil y con corona imperial, las alas caídas, posada sobre el legendario nopal nahuatl”.

En la primera república federal, que se inicia en 1824, la bandera fue tricolor y con el águila azteca al centro, y durante el periodo conservador y centralista, a lo largo del predominio en el poder de Antonio López de Santa Anna, surgieron banderas distintas, como la texana, la de Yucatán, la de la llamada “República de Río Grande”, que comprendía Texas, Coahuila y Tamaulipas, y otras banderas separatistas usadas por filibusteros que emprendieron invasiones en Sonora y Baja California. Sin embargo, con la intervención estadounidense de 1847, con la invasión de Estados Unidos se reafirmó de nuevo el patriotismo y en las distintas banderas enarboladas por los batallones que defendían a la patria, batallones de Morelia, San Blas y otros, volvió a aparecer el águila devorando a la serpiente. Es importante destacar que en ese tiempo se creó la Guardia Nacional para defender nuestra soberanía, cuyas banderas en sus distintos agrupamientos, siempre fueron confeccionadas manteniendo los colores verde, blanco y rojo.

Lo mismo sucedió durante la Guerra de Reforma y la defensa de la patria ante la invasión francesa y la imposición del segundo imperio, encarnado en Fernando Maximiliano, archiduque de Austria. Lo más relevante en este trascendente periodo es que, durante el gobierno del presidente Benito Juárez, se cambió el significado de los colores: el verde, empezó a vincularse con la esperanza; el blanco, con la unidad; y el rojo, con la sangre derramada de los mártires.

Durante el mandato de Maximiliano, se impuso como escudo de armas, uno que mantenía los tres colores de la bandera, el águila y la serpiente, pero con una corona imperial.

 

El día en que Juárez entró triunfante a esta capital, después de vencer al conservadurismo y a los invasores, el lunes 15 de julio de 1867, en el asta bandera de la plaza principal, en el zócalo, se había enarbolado un pabellón especial en el que se veía en el centro un águila destrozando con sus garras una corona imperial. Agréguese que ese mismo día, el benemérito pronuncia ese discurso histórico  con la frase memorable: “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

La bandera más recordada en la Revolución fue la que utilizó el presidente Francisco I. Madero, el 9 de febrero de 1913, cuando salió a caballo del Castillo de Chapultepec, en la conocida Marcha de la Lealtad, escoltado por los cadetes del Colegio Militar en su camino a Palacio Nacional para defender la legalidad de su gobierno y enfrentar con valor al golpismo antidemocrático.

Es importante también recordar un hecho histórico que patentiza el respeto y la devoción que tenían casi todos los integrantes de las facciones revolucionarias a la bandera nacional. Se sabe que, en 1914, una vez derrotado el usurpador Victoriano Huerta, se celebró la Convención de Aguascalientes, a la que asistieron representantes de todas las fuerzas revolucionarias: villistas, zapatistas, carrancistas, así como anarquistas del movimiento magonista. En ese encuentro, el dirigente Antonio Díaz Soto y Gama, que exigía el reconocimiento pleno del Plan de Ayala, se negó en su intervención a firmar la bandera nacional e intentó romperla frente a todos los participantes reunidos en el Teatro Morelos, de Aguascalientes; sin embargo, se vio obligado a detenerse porque muchos de los revolucionarios ahí presentes, sacaron sus armas, cortaron cartucho y apuntaron al protagonista de tal atrevimiento. Luego de restablecerse el orden, el siguiente orador, el general Eduardo Hay, antes de comenzar su intervención, besó la bandera, con la alegría, con el beneplácito mayoritario de los convencionistas.

En 1940, el general Lázaro Cárdenas estableció el 24 de febrero como el Día de la Bandera y así, año con año, como ahora, se ha festejado esta conmemoración.

La bandera mexicana es tan respetada que hasta en posturas políticas completamente opuestas, autoridades y dirigentes la han enarbolado como símbolo de representación de luchas sociales y de nuestra patria. No sobra recordar, aquí, que el presidente Gustavo Díaz Ordaz publicó, el 17 de agosto de 1968, la ley sobre las características y uso del escudo, la bandera y el himno nacional; y un mes después, el ingeniero Heberto Castillo dio el Grito de Independencia en Ciudad Universitaria, con los vivas a los héroes y la lectura de un texto en contra del autoritarismo del gobierno; junto a él, otro dirigente de ese movimiento estudiantil enarbolaba una bandera nacional; por cierto, este hecho enardeció a Díaz Ordaz, porque, como se advierte en sus memorias, se refiere al ingeniero Heberto Castillo, de manera peyorativa, llamándole el “presidentito”. Lo peor fue que más allá de su intolerancia, ordenó la toma militar de Ciudad Universitaria y el dos de octubre, los miembros del Estado Mayor Presidencial encabezaron la terrible represión de Tlatelolco.

La bandera ha sido muy pocas veces mancillada. Es orgullo nacional. No han faltado las protestas cuando se ha querido modificar o suplir su escudo, como sucedió en el mundial de futbol, cuando se colocó un balón en vez del águila o cuando el escudo apareció mutilado en actos oficiales, en un sexenio reciente, lo que se conoció como “el águila mocha”. En ese entonces, periodistas y caricaturistas como Rafael Barajas, El Fisgón, emprendieron una campaña, hasta que dicho flagelo se corrigió en 2008, estableciéndose que el escudo nacional no volvería a aparecer con el águila mutilada.

 

Amigas y amigos:

En esencia podemos sacar tres conclusiones generales. Primero, que nuestra bandera, en su evolución, amalgamó símbolos de nuestro pasado prehispánico, del México colonial y de la república independiente; segundo, que su historia está vinculada a las luchas de nuestro pueblo por la libertad, la justicia, la democracia y la soberanía nacional; y, tercero, que nuestra bandera ha conseguido, en el transcurso del tiempo, ser el emblema cívico de unidad más respetado por todas y por todos. Está por encima de banderías partidistas y otros intereses particulares o de grupos, por legítimos o poderosos que sean.

Por eso hoy recordamos que aun siendo diversos, distintos en lo cultural, en lo político y en lo social, nos reconocemos los mexicanos en nuestra bandera, porque ella representa, esclarecida y eterna, la grandeza de nuestra amada patria.